domingo, 26 de julio de 2015

Caín o el descenso a los infiernos

"Caín y Abel" de Tiziano (vía Wikimedia Commons)
URL: https://commons.wikimedia.org/wiki/File%3ATitian_-_Cain_and_Abel_-_WGA22778.jpg
  
   Hemos elegido para esta entrada el poema “Oración de Caín” de José Luis Piquero (el cual no reproducimos por cuestiones de derechos de autor, pero que podréis encontrar fácilmente en la web). Canto a la maldad del mundo por un lado; amargo testimonio de dolor, por otro. Y una composición poética de gran calidad que no deja indiferente a nadie.

     Caín es posiblemente uno de los personajes bíblicos que inspiran mayor rechazo. Si su egoísmo es incomprensible, más aún lo es el rencor sin límites que le lleva a acabar con la vida de su propio hermano. Sin embargo, José Luis Piquero nos trasmite de forma acertada la visión de este personaje. Su estilo es elegante, sentencioso y directo. Partiendo del discurso de la oración religiosa, la voz de Caín nos introduce en el vértigo de odio y desesperación que domina su existencia. Este personaje maldito hace del odio, la envidia y la ira su escudo para defenderse de los envites de la vida.

     Y francamente, ¿quién no se ha sentido alguna vez decepcionado por las alabadoras apariencias del mundo? ¿Quién no ha sufrido? ¿O quién no se ha sentido solo? El poema es tan universal como el dolor de todos nosotros.

     En la primera estrofa, el poema se centra en tres de las cualidades de Caín, pertenecientes al lado más sombrío de cualquier hombre: el odio, el resentimiento y la envidia; presentadas como atributos que definen a nuestro personaje. Caín no tiene fe en el Bien, sino en el poder de la maldad como motor del mundo, mientras que la ira le hace sentirse vivo.

     En la segunda estrofa está concentrada la visión del mundo de Caín como lugar hostil y engañoso, donde no existe lugar para la esperanza. Incluso cuando nos amamos, nos hacemos daño. La ceguera y la torpeza aparecen como los grandes defectos del hombre. Y tanta sinceridad resulta conmovedora, cuanto menos.

     La tercera estrofa se abre con dos potentes versos. En ellos, el lector no tiene otro remedio que enfrentarse a la desesperación del insomnio y a las preguntas más difíciles, aquellas sobre la propia existencia. ¿Estar rodeado de gente significa estar acompañado? Para Caín, no.

     En la cuarta estrofa, la memoria causa angustia, y la amargura se convierte en la razón de ser. Caín sigue narrándonos su infierno particular que también es el nuestro, la parte dolorosa y sombría que, queramos o no, forma parte de nuestra vida: los recuerdos angustiosos y la sensación amarga de que lo único constante en nuestra vida es el sufrimiento. Y, por último, el miedo a que, al entregarnos al amor, nos hagan daño.

     Y la quinta estrofa es la más breve, pero posiblemente una de las más impactantes, por la ironía y el sarcasmo de Caín. Su voz se dirige al Padre cristiano, al que culpa de lo que él es. El Dios cristiano, cuyo objetivo es inspirar el Bien entre la humanidad, no solo ha fracasado completamente con Caín, sino que lo ha convertido en lo contrario. En vez de mirar hacia los cielos, Caín mira hacia las profundidades del Infierno que le cerca.

     ¿Personaje incomprendido? ¿Héroe fracasado? ¿Rebeldía ante un mundo injusto? ¿Maldad diabólica? Hay tantas interpretaciones como ojos con los que podemos mirar a Caín. Pero lo que no podemos negar es la valentía de José Luis Piquero para profundizar en el lado más difícil y duro de nuestras vidas: el que nos une a Caín.

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